El Pirineo Aragonés: Panticosa
Con el motor del coche tocado, con poca comida, y sin preparar la …
Con el motor del coche tocado, con poca comida, y sin preparar la mitad de la mochila. Así comenzó mi escapada al Valle de Ordesa, un larguísimo viaje fotográfico de casi 6 horas con varios problemas de motor por el camino y con alguna que otra parada espontánea.
Durante el viaje, el GPS del móvil y Google Maps con 3g han demostrado valer cada euro que la compañía pretende que paguemos por él. Siempre es un placer conducir por la carretera de Aragón, un paisaje espléndido sobretodo en el atardecer de la vuelta.
En el primer problema serio del motor paré al lado del lago Arguis a echar un par de fotos y a hablar con un pescador que estaba allí, pescando truchas sin mucho éxito. Por lo visto la trucha es el pez de la región, aunque algunos lagos son repoblados, y se permite llevar las piezas a casa -para comerlas. Independientemente de o que seas capaz de pescar, la licencia -diaria- cuesta 6 euros.
Vuelvo a arrancar el coche y parece que se comporta. Comienzo mi larga travesía hasta Búbol. Ahora sí que comienza la quema de cámara. El paisaje sobrecogedor promete que será un gran viaje, y se me dibuja una sonrisa en la cara.
Sigo el camino a Panticosa haciendo paradas cada poco tiempo para hacer más fotos. Por el camino me encuentro con Pueyo de Jaca, donde veo un enorme cartel con el nombre del albergue que hay allí.
Al llegar a Panticosa me encuentro una concentración de tunning con coches antiguos, modernos, súper tuneados, en fin. Desde luego no me lo esperaba y tampoco despertaba especialmente mi atención.
La sensación que me llevé de Panticosa es que es un lugar primordialmente dedicado al turismo del esquí, donde ocasionalmente tienen lugar eventos como la concentración de tunning que encontré, pero en el que no hay mucho más que ver ni hacer. Me dí un paseo y pude ver un supermercado en el que debí haber comprado algo para comer más allá de la cuña de queso y el paquete de chorizo que llevaba.
Pero no lo hice. Y me arrepentí.
Tras una vuelta rápida, vuelvo a mirar en el móvil para mirar qué ver o hacer en Panticosa. No hay gran cosa, por lo que de nuevo me meto en el coche a husmear por los alrededores. Siguiendo uno de los caminos llego hasta el Balneario de Panticosa. Allí, encuentro a muchos viajeros que duermen en furgonetas con cocinas y asientos reclinables que hacen de cama. Algún día…
Mientras tanto, yo busco en google maps un albergue cercano en el que quedarme. Esto del geoposicionamiento es una maravilla. Encuentro el de Pueyo de Jaca, pero está mal posicionado en el mapa y pienso que es de Panticosa. La chica que me coge el teléfono es algo borde y se ríe de mí cuando dejo ver que estoy equivocado en esto, y me dice que desde donde estoy es muy poco probable que esté en el albergue antes de las 8, que es cuando ella se va, y ya no se hacen más check-in.
A estas alturas, yo ya estaba hecho a la idea de que iba a tener que dormir en el coche, por lo que después de otra vueltecita y otras fotos busqué algún sitio bonito en el que despertarme al día siguiente.
Es entonces cuando te das realmente cuenta de lo que es viajar solo. Durante el día estás relativamente distraído y es divertido hacer fotos a tu ritmo sin estar molestando ni retrasando a nadie, pero por la noche te das cuenta de que no tienes a nadie y de que estás realmente solo. Del todo. Es una sensación muy impactante si nunca lo habéis experimentado. Es un buen momento para llamar a casa.
Durante la noche, hubo tormenta y los rayos me despertaron. Aproveché las últimas fotos que podía guardar mi primera tarjeta para intentar capturar alguno de los rayos. Era un momento perfecto para sacar el trípode que dejé en casa. Falta de planificación, una vergüenza pero a base de sufrirlas es como mejor se recuerdan las cosas.
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