Vanvieng: Tubing, más agua y más jarana
No era mi plan inicial, pero al final acabé en Vanvieng haciendo lo que se hace allí: Tubing y fiesta. De vez en cuando hay que dejarse llevar y disfrutar de lo que te surge en el camino.
Digamos que lo he obviado un poco, pero desde que me junté con Steven y la gente que iba con él en Chiang Mai, he salido todos los días, y cuando digo todos quiero decir que nos hemos corrido una jarana día sí y día también sin excepción. Echemos cuentas: 4 días en Chiang Mai, dos días en el Slow Boat, 3 o 4 días en Luang Prabang, y ni siquiera habíamos llegado a lo gordo: Vanvieng.
Mi cuerpo ya daba claras señales de que tanta farra estaba acumulando una factura fisiológica y que tarde o temprano iba a tener que pagarla, pero Vanvieng es un sitio al que vas por una cosa y sólo una: El tubing.
El invento consiste en meterte en una rueda de camión e ir bajando el río. Por el camino, los relaciones de los bares en lugar de tirarte flyers te van pescando para que te tomes una en su bareto, y cuando estás arriba te pintan con permanente para que esa noche te tomes una gratis en su bar en el pueblo. La ciencia del márketing en estado puro, oiga.
Tampoco hay dónde comer, así que mi recomendación es que desayunes fuerte porque te va a hacer falta.
Pero empecemos por el principio:
Cogimos la minivan en el hotel y dentro ya había dos noruegos enormes, uno con una pinta de vikingo que no se tenía en pie, embutidos en los asientos de más atrás -los más pequeños- junto al elenco de mochilas que llevábamos entre todos, que como os podéis imaginar, ocupaban bastante y hacían un tetris curioso. Si algo son estos Laosianos, son apañados en lo que a funcionalidad se refiere, hacen de todo con muy poquito.
Así que nada, nos metimos ahí y con las mismas salimos. Por el camino, el tipo de la minivan se paró en un cruce y preguntó algo a un militar que a mí me sonó a “Oye, Canvieng por dónde queda?” Yo no daba crédito, que un conductor pregunte por el camino por dónde se va al destino al que vamos es inaudito. Pero debía estar diciendo otra cosa porque nos hicieron bajar de la minivan y empezó a sacar nuestras mochilas para ponerlas en el techo. Cuando salimos, había una señora, campesina, con un par de bolsas y una especies de jaulas hechas con madera donde llevaba dos o tres gallinas y un par de cerditos.
En seguida entendí que estas gallinas y estos cerditos iban a ser nuestros compañeros de viaje. No podía creerme que los fuera a meter con nosotros en la minivan, pero al final los subió al techo, hicimos sitio, y la señora y el militar se metieron en la minivan con nosotros. Ala, con este panorama continuamos. A mí me parecía de lo más divertido. Hicimos otra parada no sé muy bien dónde y el militar, la campesina, las gallinas y los cerditos se bajaron, y nosotros continuamos nuestro viaje.
Llegamos a Vanvieng ya bastante tarde y nos dejaron en la puerta de un hotel, que al final nos hizo buen precio. Como me tuve que sentar al lado de los vikingos en la minivan, acabamos hablando y en el hotel compartí una habitación de tres con ellos dos, con ventilador, aire acondicionado, y hasta tele, por el módico precio de 40000 kips. Así que me salió muy bien la jugada.
Pero lo gordo venía al día siguiente: El tubing. Es un chiringuito muy bien montado: 55000 kips por la cámara del camión, más 60000 kips de depósito, de los cuales se quedan 20000 si llegas después de las 6 de la tarde. Como os podéis imaginar, es imposible llegar antes de ésa hora, por lo que al final el precio suele ser de 75000 kips.
Con el alquiler, te llevan en tuktuk a la parte superior del río y ya desde que llegas te enchufan el primer chupito y con él la primera pulserita. Por supuesto, la gente está de charleta y la cosa se alarga, así que te acabas cogiendo la primera birra, y cuando te quieres meter al río ya ha pasado una hora. Así que nada, la fiesta móvil había empezado y te pasas el día entre yacer en el río y beber como un salvaje, buen plan si te va la farra.
En total hay como tres bares en el río y en el agua pasas tirando a poco tiempo. Yo conocí a unos españoles de los cuales uno era de mi ciudad -oh, casualidad- que por lo visto se habían juntado a través de una agencia que sólo se dedica a juntar gente y comprarte los billetes de ida y vuelta, y lo que pase entre medias, lo decidís vosotros. “Vaya negocio más cómodo”, pensé.
Pero bueno al final, entre la gente, las birras, las copas, y el desmadre, te acabas agarrando una buena que continúa en los bares nocturnos del pueblo. Algunos de los que ya conocíamos estaban por ahí pululando con una encima tremenda, y la cosa se fue un poquito de las manos.
Yo, que como todo el que me conoce sabe, soy un chico más bien tranquilo y no me van mucho estas fiestas, me fui temprano para la cama, que mi cuerpo ya me estaba pidiendo un poco de paz, y calma. Así que cuando todo el mundo se hubo dispersado, algunos para continuar, otros para quedarse, y otros para largarse, me uní al club de los del último grupo.
Pero igualmente, el tema del tubing fue divertido y si te van esos rollos -que muy auténticos, no es que sean, pero oye- no puedes escaquearte de ellos.
Cuadernos de Viaje / Fiesta y farras