El primer día de un mochilero de viaje de interrail

El primer destino al que fui en mi primer Interrail fue **Paris**. …

El primer destino al que fui en mi primer Interrail fue Paris. Aprovechando el descuento que daba el billete, cogimos un tren nocturno Madrid-París en el que nos tocaría dormir, pero había ganas y queríamos empezar nuestra aventura mis amigos y yo.

Aún era de día mientras el tren salía de la estación. Íbamos contando anécdotas y  mientras aún había luz pude ver el norte de Madrid por la ventana. Algo sorprendentemente bonito cuando asocias Madrid a su color gris y a su capa superficial de contaminación.

Viajar en tren con amigos es entretenido. Entre las charlas, las anécdotas, y los planes para el viaje pasas el rato sin notarlo. Es el momento de contar qué conocemos de los sitios por los que vamos a pasar, conocer un poco más si hay gente a la que no conoces, o qué nos gustaría ver. Lo importante es pasar el rato rápidamente.

A la hora de dormir en el tren lo pasamos algo mal. Dormir en un asiento no reclinable y sentado no produce un sueño placentero precisamente, y pasar casi 15 horas sentado tampoco fue lo más agradable del viaje. Los tapones para los oídos que nos dieron en el tren sí que fueron bastante útiles, y me vinieron muy bien durante el resto del viaje.

Una vez en Francia, tuvimos la suerte de que una de nuestras compañeras era nativa de allí, con lo cual no tuvimos problema para movernos demasiado. Uno de mis compañeros hablaba de unos Youth Hostels que debíamos encontrar. Cogimos un bus que nos habían indicado y nos pusimos en marcha.

Al bajarnos del bus, pasamos por un mercado muy curioso que estaba en plena calle, donde vendían pan y bollos que olían a gloria. No tardamos demasiado en llegar al albergue pero nos encontramos con algo que no esperaba. No había habitaciones. Cuando tu primer albergue está lleno, y no estás acostumbrado a estas cosas, enseguida empiezas a pensar que eso debías llevarlo preparado de casa aunque antes ni se te había pasado por la cabeza. Reservar albergue en tu primer destino de interrail es una buena práctica, vas a tiro hecho y te evitas este tipo de sobresaltos. Por suerte, la recepcionista llamó a otro hotel y preguntó para nosotros si había plazas libres. Por suerte las había. Nos indicó cómo ir y cómo se llamaba el hotel, y nos fuimos agradecidos. Una pena, ese Youth Hostel tenía muy buena pinta.

Por el camino pudimos ver la catedral de Notre Dame, un lugar increíble en pleno centro de la ciudad, aunque no perdimos mucho tiempo puesto que queríamos librarnos de las mochilas a toda costa y verlo todo más cómodamente.

No recuerdo cómo se llamaba aquel albergue, pero recuerdo que en todo el interrail acabó siendo el más caro y curiosamente, el peor de todos. Encontramos un par de habitaciones, una para las chicas y otra para nosotros, aunque tendríamos que dejar las mochilas en el cuartito de consigna antes de poder llegar a la habitación, por lo que decidimos dar una vuelta y volver al hotel por la tarde.

Salimos de allí tras arreglarnos un poco y fuimos directos a ver lo que teníamos alrededor. Lo primero fue la Catedral, digna de admiración, su gótico recargado tan lleno de detalles la otorga una belleza cautivadora que nos atrapó durante varios minutos. En frente de la entrada principal, unos chavales estaban patinando de un modo bastante espectacular, saltando vallas y esquivando obstáculos. [youtube]1K71g7-JmhI[/youtube]

Después, cogimos el mapa que habíamos conseguido en el albergue, y buscamos qué queríamos ver. París tiene un montón de sitios memorables, y básicamente sabíamos qué ver, pero no dónde. Nos situamos y nos dimos cuenta de una cosa: lo más remarcable de París se encuentra siguiendo el Sena. Todo estaba en fila, sólo hay que ir andando y a la larga te vas encontrando todo lo que llama la atención.

Aquél día vimos casi de todo: El Louvre, El Arco del Triunfo y los Campos Elíseos.

El Louvre fue simplemente espectacular. El simple hecho de llegar hasta la entrada desde fuera te hace sentir como parte de un gran espectáculo. Eso sí, no puedes pensar en llegar y entrar, la cola era increíble y nos tocó esperar un buen rato que aprovechamos para hacer fotos a la Pirámide de Cristal que es la entrada. Dentro, todo espectáculo, me hubiera gustado haber tenido a mano el equipo fotográfico y los conocimientos que tengo ahora para haber podido hacer más fotos y mejores que las que hice con mi coolpix con pantalla rasgada. Encuadrar con sólo una esquina de la pantalla visible es horroroso, tenedlo en cuenta cuando viajéis.

Estaba anocheciendo cuando llegamos por fin a la Torre Eiffel. Algo simplemente sobrecogedor. La estructura metálica sobre la cabeza y su figura te hacen sentir muy pequeño. Aunque parezca increíble. La Torre Eiffel tiene ascensores para subir a la parte de arriba y ver París, pero nosotors no subimos por problemas presupuestarios. Si vas a la Torre Eiffel, sube en los ascensores, o te arrepentirás a la larga.

Cuando estaba ya anocheciendo decidimos volver a nuestro querido hostal.

No sé cómo sería la habitación de las chicas, pero en la nuestra había diez camas y olor a hombría. El servicio era exterior, pero la ducha y el lavamanos estaban en la habitación. Lo curioso es que no tenía puerta, ni la ducha tampoco, con lo cual todo se podía ver a la perfección. La ducha funcionaba sólo mientras pulsabas un botón enorme en una tubería, y en cuanto lo soltabas se cortaba. Y si te duchabas mirando hacia la puerta, podías verte en el espejo. Era ridículo. Fue el peor hostal de todo el viaje, y curiosamente también el más caro. Estaba claro que no íbamos a volver.

Al día siguiente por la mañana pretendíamos dar otra vuelta por París, y a alguno de mis colegas les iba a costar. A las tantas de la mañana entraron seis alemanes gritones borrachos por la puerta. Suerte que fui previsor y quise dormir en el albergue con los tapones de los oidos.

Debíamos abandonar la habitación, pero no queríamos cargar con la mochila todo el día. Viajar en plan mochilero te enseña a echarle morro a las cosas, así que dejamos las mochilas en la habitación donde las dejamos el primer día y volveríamos a recogerlas por la tarde. Con el dinero que nos habían cobrado, nos creímos con derecho. Ese día por la tarde, cogimos el tren a nuestro próximo destino: Amsterdam.

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