La magnífica epopeya de mi huida de Tailandia
Siempre hay problemas cuando hay que cruzar una frontera, y en este caso hubo más de uno. Nunca hay una buena historia si no hay mil problemas que resolver
Era un día como otro cualquiera: Las mochilas estaban hechas, yo estaba vestido, y nos íbamos de Chiang Mai. Nuestro destino: Luang Prabang, tres días después. Cogeríamos un slow boat que durante 2 días recorre el Mekong hasta la ciudad, y veríamos qué pasa.
No soy el primero ni seré el último que lo dice: El Slow Boat de 2 días es una buena idea. Si puedes cógelo, y disfrútalo, no vayas de resaca porque entonces vas a sufrirlo.
Salimos de Chiang Mai en una minivan que nos recogió en el hotel, y nos puso rumbo a un pueblecito cercano a la frontera. Para mí fue una sorpresa que en una de las paradas técnicas nos encontramos con el Templo Blanco de Chiang Rai. Me encantó por fuera, lo odié por dentro. Aunque por dentro es magnífico, no os voy a engañar. Sin embargo, me revuelve las tripas que no se puedan echar fotos de sus magníficas pinturas, por respeto, y sin embargo en esas mismas pinturas estén Neo, Pikachu, o Ben10, entre muchos otros. Vamos que no entiendo que un lugar al que hay que venerar se le puedan hacer este tipo de pinturas y que luego encima no se le puedan hacer fotos.
Pero en fin, por fuera llama la atención un Depredador que tienen medio hunido en el suelo, máscaras que cuelgan de los árboles, por no hablar de los inferi que están en los fosos de fuera del templo -mis diez a quien sepa decir a qué historia pertenece esta referencia-.
Pero bueno, salimos de allí rápidamente y continuamos el camino hasta un pequeño pueblo cercano a la frontera de cuyo nombre no puedo acordarme, pero que tampoco era muy especial. Aunque tuvimos la buena suerte de pillarlo en fiestas, y al salir por la noche, unos locales nos interceptaron ofreciéndonos chupitos de cerveza, altamuces -o algo que se parecía a los altamuces- y no sé qué más.
Por lo visto habían ganado la carrera de botes ése día, y estaban desparramados por todas partes de felicidad. La verdad es que muy buena gente, todo el rato de risas, haciendo coñas, intentando decirnos sus nombres, y cómo habían ganado de forma épica, y muy buen rollo. Uno al principio es un poco escéptico de que la gente se te acerque así de primeras ofreciéndote de beber, pero mira, a veces la gente es buena porque sí.
Muy bien, pero la cosa no acababa ahí, porque aquí viene lo gordo:
Cómo salir de Tailandia y pasar la frontera a Laos con todo en contra.
Yo no iba muy preocupado. Por la mañana al levantarnos -temprano- íbamos a hacernos las fotos para el pasaporte y a cambiar a dólares para pagar el visado -que es de 35 dólares para la gente Made in Spain, y te dan un mes-. Tuve que pasar por el banco a sacar Bahts porque con lo que tenía no me llegaba, así que ya que estaba, saqué 200 euros -en Bahts- y ya los tenía para la vuelta. Mal movimiento, pero esa historia viene después.
Total que una vez ya con las fotos, los dólars, y todo recogido y a mano, nos vamos a ver si nos dejan pasar, nos tenemos que colar, o si nos quedamos al lado oeste del Mekong.
Y aquí empiezan los problemas: Varias veces durante el viaje me han preguntado por un papel de salida, que yo creía no tener porque mi billete de vuelta no lo compré -ni siquiera lo tengo a estas alturas- y no tenía una forma clara de salir del país. Por lo visto éste papelito lo rellené en el avión viniendo de Moscú y cuando en la frontera me lo pidieron, visualicé exactamente el punto donde -arrugado, y entre otros papelajos- lo dejé abandonado en mi primer día en Bangkok. Buena esa.
Así que el tío de la frontera, como no lo tenía, me hizo rebuscar en toda la mochila, independientemente de decirle que a ciencia cierta sabía que no estaba. Cuando vio que ya lo había buscado bien y no lo tenía -mucha gente debe pensar que no lo tiene y luego lo encuentra, entre ellos, uno que yo tenía al lado- me dio un papel idéntico y me hizo rellenarlo. ¿Le habría costado mucho dármelo desde el principio? Seguramente sí, porque así no me habría separado de mis compañeros de viaje, ni del grupo de gente que ya conocía, ni me habría retrasado.
Luego, una vez relleno, me puse en la cola más lenta del mundo para que me sellaran el visado de salida. El tío se lo tomaba con calma, y cuando llegó mi turno, además, me mandó a otra oficina a pagar los dos días extras que había pasado dentro del país y que el visado no me permitía -1000 Bahts-. Ala, voy pago, sello, y a correr, que a esta gente le ha dado tiempo a llegar hasta Vietnam.
Al ver a un montón de gente al otro lado de donde te sellan el pasaporte, pensé que mis amigos estarían por allí, pero no. Por lo visto, una vez te han sellado, tienes que coger un bus -comprando su necesario ticket, 20 Bahts- que te lleva hasta el lado Laosiano de la frontera, donde hay que hacer otro lento proceso hasta conseguir el visado y poder llegar al Slow Boat.
Yo estaba de los nervios y encima una guía que había allí me dijo que el barco salía a las 10 y que era probable que lo perdiera si aún no estaba haciendo los papeles de entrada. Mala pécora…
Mis sensores de crísis estaban al máximo, el tiempo corría deprisa y las cosas pasaban despacio y yo tenía que subirme en ése barco a toda costa.
Entonces me noté extrañamente ligero. Algo no iba bien porque cuando te sientes raro y estás en crisis es que algo está saliendo mal. Y efectivamente: mi mochila con mi cámara, móvil, portátil, tarjeta de crédito y demás, no la llevaba encima. “Mierda”. Me fui corriendo a la oficina donde pagué los 1000 Bahts y ahí estaba, y luego vuelta de nuevo a correr a la taquilla del bus.
Por cómo se estaban desarrollando los acontecimientos, no quise plantearme cómo de sospechoso sería un tío corriendo arriba y abajo en una frontera, aunque ahora en frío, me imagino que debe ser algo común.
Subí al bus, esperé, esperé, esperé, se puso en marcha, y cuando llegué al otro lado mis amigos estaban haciendo la cola para recoger de nuevo su pasaporte. Ah… tranquilidad.
-Sí, a nosotros también nos han dicho que el barco sale a las 10, pero también que nunca sale a las 10.
Aquí se da una cosa que ya se conoce como la paradoja del tiempo del sudeste asiático: Es lo que ocurre cuando un medio de transporte debe estar en un sitio a una hora determinada, salir a una hora determinada, y llegar a una hora determinada, pero nunca, jamás, está, sale, ni llega a su hora.
Debería haberlo tenido en cuenta porque a las 10, y a las 10 y media, estábamos aún intentando conseguir el visado Laosiano -una vez más, el de los visados me preguntó qué tal estaban Messi y Cristiano Ronaldo, que siendo español, debo estar muy puesto en lo que hacen, porque lo de los toros y las castañuelas ya son tópicos de otro tiempo-.
Hasta las 11 no nos montamos en el barco y hasta rato después no nos empezamos a mover. A mí ya se me había pasado todo y estaba contento de entrar en Laos y de estar con gente.
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