Pakse, primera parte: Llegada y huída

Llegué, ví, y perdí. Mi primer contacto con Laos fue a las 5 de la mañana, agotado, y entrando con el mal humor por la puerta grande. Harto ya de los rollos con los tuktuks, busqué la estación de buses para bajar a descansar a Si Phan Don. No sin una buena historia que contar, claro…

Llegamos en el nocturno a Pakse como a las 5 de la mañana, y ya había -por supuesto- un tuktuk que nos llevaba al "bus station" o al "city center”.

¿Pero cómo, no estamos en el bus station? Pues no, nos dejaron en un mercado que estaba abasteciéndose para las ventas del día, y yo la verdad…

Estoy un poco hasta los cojones de los tinglados que se traen con lo de los transportes y los tuktuks. Vale que la estación esté lejos del centro, no me encanta y está claro que es un movimiento para sacar más pasta, pero que el bus te deje en un mercado, para descargar los productos que aprovechan a llevar en el bus -porque siempre, siempre, SIEMPRE, bajo los asientos hay cajas de lo que sea que llevan a algún sitio, la parte de arriba va llena también, y la zona para equipajes va a reventar de más cajas- me parece el colmo. Y que ya tengas que coger un tuktuk para que te deje donde se supone que te debe dejar el bus… En fin.

Pakse empezaba con mal pie. Pasé del tuktuk y me puse a andar hasta que las mochilas me pesaban demasiado para continuar con ellas. Hice un par de paradas, y viendo que la cosa no estaba saliendo muy bien -no encontré ni un sólo guesthouse, y al ser tan temprano, no había mucha gente a quien preguntar- pensé que iba a pasar por el momento de Pakse, me iba a ir a las 4000 islas, a hacer el vago unos días, y luego ya volvería a hacer el recorrido en moto -la cual aún sigue sin apetecerme coger- y de ahí, volvería a Bangkok.

Tras seguir andando otro par de horas, me resultó imposible que alguien me dijera claramente “la estación está allí y tardas en llegar X”, así que tuve que resignarme y coger un tuktuk. Un tuktuk que por el precio que quería pagar me dijo que tendríamos que esperar a que unas personas que ya lo habían reservado llegaran y se subieran. Ok, pues nada, qué prisa tenemos. Pues empezaron a entrarme cuando ya llevaba ahí 40 minutos sentado y el tío no hacía ni amago de moverse. Pero bueno.

Llegamos a una estación de buses locales. “Vas a la isla grande o a la pequeña?” Yo la verdad sólo había oído lo de las 4000 islas de pasada, así que suponiendo que habría más ambiente en la grande dije que iba a ésta. Y lo que viene a continuación es una de esas historias que me oiréis contar cuando hable de este viaje:

Me bajé del tuktuk, me subí al bus, y eché un vistazo. “Pero si este bus está lleno!” De repente apareció una banquetita roja en el suelo y dije “Puff… Este viaje va a ser de lujini”. Uno siempre oye las historias de viajes que tienen 14 horas sentado en el suelo de un tren o de un bus, pero a mí en más de un mes no me había tocado y la verdad es que me cogió por sorpresa. Pues nada, me senté.

Pero por lo visto para el conductor, que el bus estuviera lleno no suponía ningún problema. Más gente seguía entrando y yo tuve que apretarme en la parte de alante entre 4 monjes. Con un sueño del carajo y sin respaldo, más de una vez y de dos me sorprendí apoyado en el asiento de alguno de éstos cuando el bus daba algún bote salvaje.

Lo de los monjes para mí ha sido una decepción. Yo pensaba que llevarían una vida de lo más austera y sencilla, pero ya en Bangkok, en el Buda de esmeralda -al que no puedes llevar ni zapatos, ni mucho menos hacer fotos- el único que levantó la cámara digital para hacerle una foto fue… Exacto, un monje.

Y los de este bus no eran muy distintos: Iban forrados de pasta -algo comprensible si iban de viaje- pero llevaban sendos smartphones, y uno incluso, enfundado en un maletín de portátil, llevaba una tablet. No sé cuánta falta les hará en el templo pero el hecho es que los móviles tenían Facebook, y ellos iban haciéndose fotos en las paradas, como cualquier chaval más. Por no hablar del que nada más bajar del bus se encendió un cigarro.

Vamos, que no me creo nada. Sacadme de mi error si estoy en él, pero lo de los monjes budistas a mí particularmente me parece que tiene unos tintes que poco tienen que ver con lo ascético.

Por el camino, el conductor no dejaba de hacer paradas para que subiera más y más gente -yo no sé dónde se metían- hasta que ya al fin, cogimos un barco para cruzar un río y a los 10 minutos estaba en Don Khong, la isla grande de Si Phan Don. Las 4000 islas. Ya estaba al lado del agua, en un lugar tranquilo, para descansar, leer, y ponerme al día con los posts y las fotos, que tanto retraso llevan.

Pero nada más llegar me enteré de que lo bueno… Lo bueno de Si Phan Don está en Don Ten, la isla pequeña. Y ahí es donde voy después.

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