Pai, 13 de Abril de 2557

El año nuevo en Tailandia se celebra a lo grande, con una guerra de agua en la que los cubos y las pistolas de juguete se convierten en algo esencial para vengarte del que te empape.

El plan era sencillo: Koh Tao - Bangkok - Pakse. Fácil no? Pues no.

Para empezar Koh Tao - Bangkok supuso un viaje de unas 18 horas empezando por un barco nocturno. A mi lado, una morsa marina tailandesa roncaba, cada vez más alto, como si en cualquier momento fuera a batirse en duelo con cualquiera de los presentes. Tanto así que los ronquidos de este animal me despertaron no una, ni dos, ni 5 ocasiones, si no unas 10 en las cuales yo ya me planteaba si sacar el arpón y acabar con el sufrimiento de mis compañeros de viaje por esa noche.

Tras 18 horas de viaje entre el barco y el bus, llegué a la estación sur de Bangkok, donde he tenido que arreglármelas con las diferentes cajeras que me mandaban cada una hacia un lugar para comprar el billete a "Paksepakse!!". Resulta que había que cambiar de estación, un trayecto corto pero, ya sabéis, This is Thailand, de una hora de duración donde estábamos ya que no sabíamos qué hacer.

Cuando finalmente di con la que me lo tenía que vender, miró para otro lado sonriendo, como el que no quiere hacer algo que sabe que debe hacer, y no quiere decírselo a su cliente a la cara.

Así que bueno, el plan original se había ido al garete, me sugerían que me fuera a un pueblo no sé dónde y comprara allí los billetes a Pakse, y solucionado. Mi voz interior me dijo "Puedes hacer eso, pero si no sale bien, te vas a quedar en ése pueblo los días del Songkram? Porque es muy probable que no puedas volver". Miré al Norte y dije "Bueno, no quería estar en Sonkgran en Chiang Mai, así que me voy a Pai, paso unos días, y ya veremos qué ocurre". Al final, habitualmente siempre sale una opción con la que funcionar.

Seis horas de espera -sí, seis, 4 hasta que llegara la hora de que saliera el bus y dos de regalo hasta que el bus llegó realmente- y ya estaba rumbo a Chiang Mai. Vaya viaje largo y raro, porque aparte de que me tocó el asiento del final, en el centro -el favorito de los adictos a la adrenalina- al lado se me sentó una señora delgada y un poco demacrada, con pinta de no llevar una vida muy saludable, que se acariciaba la nuca con la mirada perdida y a cada rato daba un respingo y miraba a todos lados, como si alguien la hubiera asustado.

Prometedor. El viaje pintaba prometedor.

Afortunadamente, la señora fue un momento al baño, y al volver estaba mucho más tranquila, se quedó quieta un rato y luego se durmió. Yo quiero pensar que su nerviosismo venía dado por no haber ido al baño en un rato largo.

Total que llego a Pai, y lo que me encuentro no es el pueblo hippie, bohemio e inspirador que es -o fue- sino más de lo mismo: Camisetas, mochilas, gafas de sol, restaurantes y alojamientos. Lo mismo de siempre. A cada paso que daba podía sentir cómo mi estancia allí iba haciéndose más y más corta, hasta el punto que dije "Paso una noche y si no pasa nada bueno, me largo mañana".

La tarde la pasé dando vueltas con la cámara intentando hacer alguna foto que me llamara la atención, pero ni mi humor estaba para grandes milagros ni la luz ayudaba mucho. Eso sí, un calor de espanto.

En uno de esos caminillos me paré en un bar a ver si conseguía beber algo. Me paré en uno vacío donde sólo había un tío en la barra pidiendo una Est -como una pepsi-. Yo pedí un Strawberry Shake, y al ver que la tía ponía cara como si se lo estuviese pidiendo en castellano, acabé pidiendo otra Est. Entonces el tipo en cuestión, me habló.

  • De dónde eres tú? - me dijo en un inglés que poco tenía que ver con el tomar el té a las 5 ni tomar el Brunch.

  • De España

  • Tu acento te delata - y esto me lo dijo en español, tampoco el español del jamón serrano y la tortilla de patata, pero estaba claro que muy de USA, no.

Es Steven, probablemente uno de los tíos que más impacto e influencia me ha provocado en este viaje. Y sí, ya hablaré de él.

Por la noche me procuré una cena de 50 Bahts y me fui al lado del río a un banquito a disfrutarla con el ruido del agua y las estrellas en el cielo, un homenaje muy económico, para que luego digan.

Songkran

Eso sí, por mucho lujini barato que pudiera darme, yo tenía muy claro que en Pai iba a pasar una noche y no más, así que iba a hacer justo lo que quería evitar al principio: Irme a Chiang Mai y pasar allí la fiesta del agua.

Songkran es la celebración del año nuevo Tai, que tradicionalmente consistía en limpiar los templos y las casas en un ejercicio de purificación de los mismos, y la gente se vertía un poquitín de agua sobre la espalda repitiendo el gesto. En Tailandia, el año actual es 2557, y esa fecha es la que indicaba mi billete a la capital del norte.

Pero sólo hay una cosa que devore más que el turismo, y es la jarana, y hoy por hoy, Songkran es una guerra abierta con pistolas de agua, cubos, y cualquier cosa con la que puedas empapar a tu adversario o los transeúntes. Cualquiera te ofrece agua de sus cubos para que puedas recargar las pistolas -o lo que tengas- y hay otros -los más cabrones- que meten bloques de hielo de 5 kilos en los cubos para que el impacto joda más -no hay otra expresión más acertada-.

Ni qué decir tiene que lo de sacar la cámara era impensable, y al llegar tuve que andar con mil ojos hasta que llegué al hotel para que mi mochila con mis posesiones más preciadas no acabara como una bolsita de té inglés.

Eso sí, antes de ir a Chiang Mai, sí que pude coger algunas fotitos en Pai para que veáis -a grandes rasgos- la pinta que tiene la fiesta.

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